La catástrofe del Toba. El día en que la humanidad estuvo a punto de desaparecer

Hace alrededor de 70.000 años la población de seres humanos quedó reducida a un nivel crítico a causa de una erupción volcánica de enormes dimensiones.


         Según las estimaciones de Naciones Unidas la población mundial actual ronda ya los 7.200 millones de personas y es probable que para el año 2050 esa cifra se sitúe por encima de los 9.500 millones. Las regiones más densamente pobladas, aquellas en las que viven cien personas o más por kilómetro cuadrado, van en aumento a cada día que pasa. Hoy por hoy la mayor parte de Europa occidental, la costa norteafricana, las regiones de Oriente Medio a orillas del Mediterráneo, la región del Golfo de Guinea o la de los grandes lagos en el África subsahariana, la práctica totalidad del subcontinente indio y el sudeste asiático, gran parte de China, Corea y el archipiélago del Japón, California y la costa este de Estados Unidos, el centro de México, las islas principales del Caribe, así como las regiones sobre todo costeras de Latinoamérica donde se concentran las mayores metrópolis (Caracas, Bogotá, Lima, Río de Janeiro, Sao Paulo, Buenos Aires o Santiago de Chile), se consideran áreas superpobladas donde el impacto antrópico (la huella de las actividades humanas en el entorno) apenas sí ha dejado rastro de los parajes naturales que en su día fueron sustituidos por espacios mayormente urbanizados.

        Desde que los primeros humanos modernos surgieran en África hace tal vez más de 200.000 años nos hemos estado expandiendo de manera imparable, ocupando todas las tierras emergidas con excepción de la helada Antártida. Gracias a nuestra inteligencia, nuestra inventiva y el grado de complejidad social alcanzado, hemos progresado cosechando logros increíbles. Podemos someter a nuestra voluntad a plantas y animales para usarlos e incluso modificarlos en beneficio propio, podemos alterar los paisajes cuanto queramos, podemos alterar también el curso de los ríos o ganarle terreno al mar. Asimismo gracias a los avances científicos y tecnológicos hemos alcanzado hitos aún más asombrosos, controlando y hasta erradicando enfermedades que antes acababan con la vida de millones de personas, conectando instantáneamente los extremos del planeta gracias al desarrollo de las telecomunicaciones y dividiendo el átomo para aprovechar su energía para la creación o la destrucción. Nos hemos aventurado incluso en el espacio exterior, enviando hombres a la Luna y sondas robotizadas a mundos que se encuentran a cientos de millones de kilómetros de distancia. Qué duda cabe que el éxito de nuestra especie es indiscutible.

       Tal es nuestro dominio sobre el planeta que resulta sorprendente descubrir que hubo una época durante la Prehistoria hace alrededor de 70.000 años, en la que, según algunos estudios como los realizados por Stanley Ambrose de la Universidad de Illinois, estuvimos a punto de extinguirnos. Dichos estudios se basan en evidencias genéticas que apuntan a la existencia de un "cuello de botella" en la población mundial, que indica que todos los seres humanos provenimos de un grupo relativamente pequeño de supervivientes, unos 5.000 según algunas estimaciones o tan solo 1.000 parejas reproductoras según otras. Esto se considera casi como el umbral mínimo, en lo que a número de individuos con capacidad para tener descendencia se refiere, por debajo del cual la supervivencia de una especie como la nuestra no resulta viable.

Reconstrucción hipotética del aspecto que debió de tener
la erupción del Toba vista desde el espacio.
       ¿Qué suceso abocó a nuestros antepasados a una situación tan desesperadamente crítica? Aquí las evidencias geológicas nos hablan de una erupción volcánica de dimensiones verdaderamente monstruosas que tuvo lugar hace entre 75.000 y 70.000 años en la región del lago Toba, situado en la isla indonesia de Sumatra. La caldera del Toba es lo que los expertos denominan un "supervolcán" dadas sus descomunales dimensiones, lo cual quiere decir que cuando entró en erupción lo hizo con una violencia hasta 3.000 veces superior a la de los volcanes más destructivos conocidos hoy día (como por ejemplo aquellos que provocaron las erupciones del monte Tambora o el Krakatoa también en Indonesia, el Pinatubo en Filipinas o la del monte St. Helens en el estado de Washington - Estados Unidos -). Un episodio de esta magnitud emitió tal cantidad de gases sulfurosos y cenizas a la atmósfera que el clima mundial se vio afectado, produciéndose lo que se viene a llamar un "invierno volcánico", al crear estas emisiones una pantalla en las capas altas de la atmósfera que impedía que parte de la radiación solar llegara a la superficie. Se estima que el descenso de las temperaturas en todo el planeta fue de unos 3,5ºC, endureciendo enormemente las condiciones del periodo glaciar durante alrededor de una década.

      Las regiones más afectadas por los trastornos fueron principalmente Asia, Oceanía y la mayor parte de África, lugares estos ocupados por los humanos de entonces (pues todavía no se habían expandido a Europa ni mucho menos al continente americano). Fue precisamente por eso que la población de nuestros antiguos antepasados se vio tan afectada por la erupción del Toba. El rigor del clima se intensificó repentinamente, las lluvias de ceniza asolaron regiones enteras de la India, el sudeste asiático y Australia, muchos animales perecieron o huyeron hacia otras regiones y los alimentos escasearían durante años. Es probable que la población mundial de seres humanos en aquel tiempo no fuera muy superior a los 60.000 individuos, la crisis acabó con muchos de ellos, razón por la cual nuestra especie alcanzó un punto crítico.

      ¿Cómo consiguieron sobrevivir aquellos hombres y mujeres? Siendo tan pocos, disponiendo de escasos medios materiales, con una tecnología tan rudimentaria e incapaces de comprender en su verdadera magnitud lo que estaba sucediendo; más bien parece que fue algo así como una lotería. Sin embargo la mayoría de los antropólogos creen que no fue en absoluto así. En aquellos momentos tan extremadamente difíciles encontraron la fuerza en la solidaridad del grupo y el apoyo mutuo, eso fue lo que los salvó. Porque al fin y al cabo eso es lo que nos hace humanos. Nos preocupamos por nuestros semejantes, aunamos esfuerzos para salir adelante, echamos una mano a aquellos que lo necesitan, no pocas veces de forma desinteresada, compartimos. Muchos no lo lograron, pero ayudándose los unos a los otros, cooperando en resumen, fue como nuestros antepasados superaron al fin la crisis provocada por la erupción del Toba.

      Es tentador pensar que, de una u otra forma, algo de esa experiencia tan remota en el tiempo ha quedado impreso en lo que ahora somos. En una sociedad como la actual, donde a diario se nos remarcan con insistencia valores como la competencia feroz, el individualismo extremo o el culto al lujo y la ostentación con forma de demostrar que se es superior a los demás, bien nos convendría aprender de la lección que nos dieron aquellas sencillas gentes prehistóricas. Actualmente parece primar la idea de que el mundo es esa jungla donde solo triunfan los más despiadados e implacables, los que no necesitan de nadie y en definitiva son capaces de trepar pisoteando a los demás para lograr su objetivo. Son las tesis seudocientíficas del mal llamado "darwinismo social", dogmas al fin y al cabo que esconden tras de sí una determinada ideología política. El hombre es el lobo para el hombre, tal y como decía el filósofo inglés del siglo XVII Thomas Hobbes en su obra Leviatán. Pero, ¿habríamos logrado sobrevivir si solo hubiéramos sido lobos los unos con los otros, si en vez de cooperar nos hubiéramos limitado a devorar al prójimo a la mínima oportunidad? Cuando todo se desmorona a nuestro alrededor resulta cien veces más inteligente unir fuerzas con los demás y trabajar juntos en aras de un bien común porque, después de todo, ha sido la cooperación una de las principales fuerzas que ha impulsado el progreso.

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