Ganadería insostenible

Son cada vez más los estudios e informes que advierten de la insostenibilidad de la actual industria del ganado vacuno para carne, una actividad en extremo contaminante, antieconómica y que derrocha ingentes cantidades de energía.


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Esta infografía muestra las principales variables relacionadas con las tres cabañas ganaderas más importantes del mundo (bovino, porcino y aviar) en 2012. Resulta llamativo el hecho de que, a pesar de que la producción de carne de vacuno es visiblemente inferior a las otras dos, sus necesidades son marcadamente superiores. Baste de ejemplo reseñar que, para producir un kilogramo de carne de ternera, se precisa más del doble de cantidad de alimento que para producir un kilogramo de carne de cerdo. Asimismo también resulta destacable el llamado "tiempo de producción", que es la edad a la que de media el animal alcanza el peso de sacrificio, cinco veces superior en los bovinos que en los porcinos y hasta 15 veces más al compararlo con el de las aves de corral (Fuente: Gestión ambiental).  

     Es una característica propia de las sociedades opulentas como las de Europa o Norteamérica, así como de ciertos países como Argentina o Brasil, donde obedece también a una arraigada tradición ganadera. Consumimos carne de ternera por encima de nuestras posibilidades, posiblemente también mucha más de la aconsejable dados los enormes impactos ambientales que la ganadería bovina genera y que se podrían evitar fácilmente si variáramos un poco nuestros hábitos alimentarios. Pero claro, nos encanta hincarle el diente a un buen bistec, tierno y jugoso, siempre que tenemos la ocasión, de tanto en tanto nos arreamos un enorme chuletón que nos deja más que satisfechos y las hamburguesas (que en la mayor parte de los sitios tienen como ingrediente principal la carne de vacuno) se han convertido en un componente esencial en la dieta de cientos de millones de personas en todo el globo, haciendo las delicias de jóvenes y no tan jóvenes. Vivimos en un mundo carnívoro ávido de más y más cabezas de ganado que satisfagan nuestro insaciable apetito por la carne de res.
 
    ¿Renunciar a eso que tanto nos gusta? A no ser que seas vegano o uno de esos animalistas que tanto se preocupa por los derechos de los animales, no verás nada malo en ir al supermercado a comprar una bandeja de filetes o, en su defecto, acudir el fin de semana a tu restaurante de comida rápida favorito para aprovechar el menú que está de oferta ese mes y que, por supuesto, incluirá su buena hamburguesa de carne de ternera ¿Qué puede haber malo en ello si el sufrimiento de los animalitos de granja te la trae al pairo? Bueno, poniendo las cosas en perspectiva, aquí vienen unas cifras de lo supone a escala global la industria del vacuno para carne, extraídas en este caso del portal eco-huella.com y que a su vez remite a otras fuentes consultables:
  • Las explotaciones ganaderas generan el 18% de todas la emisiones globales de gases de efecto invernadero (unos 32.000 millones de toneladas anuales en el caso del dióxido de carbono). Una parte muy importante de este porcentaje corresponde a las explotaciones bovinas, dadas sus elevadísimas necesidades al tratarse de animales grandes que generan enormes cantidades de residuos, son más costosos de trasportar, procesar, etc. Concretamente las emisiones de la cabaña bovina casi duplican a las de la porcina y ovina juntas, que son la segunda y la tercera respectivamente en el ranking contaminador, siendo 30 veces mayores a las que provoca la cabaña aviar. La fuente a la que se remite es en este caso de la FAO.
  • Debemos señalar además que el ganado bovino es un descomunal emisor de gases como el metano y el óxido nitroso. Hay que tener en cuenta que el metano es un gas de efecto invernadero entre 20 a 30 veces más potente que el dióxido de carbono, mientras que el óxido nitroso es ¡casi 300 veces más potente en ese sentido!, permaneciendo en la atmósfera durante al menos 150 años. Sabiendo esto inquieta cuanto menos un poquito descubrir que vacas y terneras emiten a la atmósfera unos 550 billones de litros de metano ¡al día! y que asimismo son responsables del 65% de todas las emisiones antropogénicas de óxido nitroso. En este caso la fuente también procede de la FAO. Al respecto es interesante recordar un viejo artículo del 2007 publicado en la versión digital de diario "El País" titulado Las vacas se parecen a los coches más de lo que se cree.
  • Mucho más sorprende el hecho de descubrir que para producir un solo kilogramo de carne de vacuno se consumen entre 15.000 y 20.000 litros de agua y que, de media, para elaborar una hamburguesa de entre 100 a 200 gramos (se entiende que hablamos de procesos industriales) consumimos unos 3.000 litros de agua. A menudo no pensamos en estos consumos hídricos y en el impacto que esto genera en las menguantes reservas mundiales de agua dulce, puesto que las actividades agropecuarias suponen alrededor del 80% del consumo humano de agua. En contraposición a los desorbitados consumos de la ganadería bovina la cría de otros animales, como cerdos y pollos, supone un gasto de agua mucho menor. Y no digamos ya si comparamos dicho consumo con el de la producción vegetal, donde las diferencias ya son de varios órdenes de magnitud. Las fuentes que se mencionan son estudios realizados en la universidad de Oxford y artículos publicados en la revista Journal of Animal Sciencie.
Otra infografía, en este caso mostrando las necesidades hídricas para producir un solo kilogramo de distintas clases de alimentos. Como no podría ser de otra manera, los bovinos ocupan el primer puesto de manera muy destacada, ya que para producir un kilo de carne de ternera consumimos más del triple de agua que para obtener uno de carne de cerdo, así como unas cuatro veces más que para producir uno de carne de pollo. Si pasamos a los vegetales el abismo es incluso mayor, ya que para producir el mismo volumen pero de patatas o manzanas, consumimos hasta veinte veces menos agua (Fuente: Amnistía animal).    
 
  • En cuanto al uso del suelo y los efectos sobre la destrucción de ecosistemas también descubrimos datos que son muy alarmantes. Los pastos para alimentar al ganado (por supuesto principalmente bovino) así como las plantaciones de grano destinadas a la fabricación de piensos para ganadería ocupan un tercio del total de toda la superficie cultivada del planeta (una vez más son informes de la FAO). Esto último es otra de esas cosas en las que no solemos pensar habitualmente, pero que en realidad suponen una obviedad tan grande que parece increíble que no lo hagamos. El ganado de las explotaciones necesita comer y por eso empleamos millones y millones de hectáreas en todo el mundo para cultivar ese alimento. Entonces cabe la siguiente pregunta ¿Y si destináramos aunque solo fuera una parte, más o menos grande, de todos esos cultivos para producir directamente alimentos para consumo humano? ¿Es eficiente y económico producir alimentos de origen vegetal que luego son trasformados en un producto animal? ¿Por qué no comemos más de los primeros y así nos ahorramos los consumos de agua, combustible y energía, además de evitarnos toneladas y toneladas de emisiones de gases de efecto invernadero y otros residuos contaminantes? Y otro dato más, la ganadería extensiva de bovinos es responsable de más del 90% de la deforestación sufrida en el Amazonas, según estimaciones del Banco Mundial. Sabiendo esto deberíamos preguntarnos si no sería posible reducir nuestro consumo de ternera y así contribuir a preservar algunos de los espacios naturales más amenazados.
  • Y en cuanto al tema de los residuos llama especialmente la atención el siguiente estudio realizado en 2004 por la U.S Environmental Protection Agency y que estimaba que una explotación que alberga unas 2.500 vacas genera tantos residuos como una ciudad de más de 400.000 habitantes, lo cual nos da una idea del monstruoso potencial contaminante que tienen las macro explotaciones ganaderas.
    
     Éstas son sólo algunas de las cifras que rodean a la actividad agroindustrial del ganado bovino y que no deberían dejar indiferente a nadie. Pero también podemos aportar otras que pueden parecer algo más anecdóticas y que no lo son tanto. Un ejemplo nos habla del consumo de energía, ya que para producir un kilogramo de carne de vacuno es necesario consumir siete litros de petróleo (más leña al fuego del calentamiento global). Y no menos exageradas son las necesidades sanitarias de las explotaciones intensivas, pues el 70% de la producción de antibióticos en Estados Unidos va destinada exclusivamente a usos ganaderos, de lo contrario los animales enfermarían y morirían con extrema frecuencia (dadas las condiciones de confinamiento y hacinamiento en las que se los mantiene) y las pérdidas del sector serían catastróficas. En ese sentido estos métodos de cría esconden incluso terribles amenazas insospechadas, como son la aparición de cepas de bacterias patógenas súper resistentes como consecuencia de este desorbitado abuso de los antibióticos en la ganadería industrial, lo cual termina volviéndolos ineficaces (ver esta entrada de La ciencia y sus demonios). Desde semejante punto de vista no sería exagerado calificar a una granja intensiva de vacuno como un laboratorio (accidental, eso sí) de fabricación de armas biológicas.  
 
     Viendo todo esto, ¿podemos seguir consumiendo filetes y hamburguesas tan tranquilos o deberíamos reducir de manera ostensible nuestra ingesta de carne roja? No se trata ya de una cuestión de salud, aunque también (baste de ejemplo leer este extracto de un informe de la OMS y que advierte de la potencial carcinogenicidad relacionada con el consumo de carne roja y carne procesada). Hablamos de un impacto crítico sobre el medio ambiente (residuos en cantidades desorbitadas, deforestación sin control, etc.), un componente esencial en el actual volumen de emisiones a la atmósfera de gases de efecto invernadero, un derroche casi irracional de agua, energía y recursos alimenticios y farmacológicos que podrían destinarse con mayor eficiencia y, para terminar de rematarlo, una fuente potencial de nuevas enfermedades de difícil tratamiento. Porque lo antieconómico y lo ineficiente van de la mano de la industria láctea y del vacuno para carne, como bien hemos visto al comprobar que la producción de otro tipo de alimentos es mucho menos costosa a todos los niveles y genera un impacto ambiental menos grave. Sin embargo el sector cárnico también mueve ingentes cantidades de dinero, siendo por ejemplo la cuarta industria más importante en España, por detrás de la automovilística, la de los combustibles fósiles y las eléctricas. El pasado año dicho sector alcanzó un volumen de negocio valorado en 22.600 millones de euros (ver esta noticia de qcom.es), con una producción próxima a las 640.000 toneladas de carne de vacuno. En 2016 se produjeron en el mundo más de 60 millones de toneladas de carne de res y todo parece indicar que, tras el pequeño bache de la crisis entre 2009 y 2012, el consumo y la producción están experimentando un nuevo repunte. Este inmenso y muy apetecible pastel de beneficios económicos tal vez sea una de las causas principales por las que se ha actuado tan poco hasta la fecha.

     Se mire por donde se mire este modelo agroalimentario es por completo insostenible y nada más basta realizar un ejercicio de imaginación para comprobar cómo serían las cosas si no viviéramos inmersos en esta irracional "cultura de la hamburguesa". Un estudio realizado por la Universidad de Oregón, en colaboración con el Bard College y la Universidad de Loma Linda, estableció que si en Estados Unidos se sustituyera el consumo de carne de ternera por el de judías pintas las emisiones de gases de efecto invernadero se reducirían en un nada despreciable 46%. Lo más destacable de esta estimación es que no toca ninguna otra variable actual, ni el consumo de combustibles fósiles en el trasporte y la producción de energía eléctrica, ni otros usos agrícolas o ni tan siquiera el consumo de carne de pollo o cerdo ¡Nada más cambiaría y sólo con dejar de comer ternera la emisiones casi caerían hasta la mitad! Da mucho que pensar, sobre todo cuando hasta la propia ONU indica que una reducción importante en el consumo de este tipo de carne podría implicar una disminución en el uso de suelos de hasta un 58%, el consumo global de agua descendería en torno a un 33% y el de energía lo haría hasta en más del 50% (de nuevo me remito a este informe de la FAO). No se trata de que nos volvamos todos de repente unos extremistas veganos, sino de adecuar nuestro consumo para asegurarnos un futuro medianamente próspero y sostenible. Y ello implicará tarde o temprano reducir de manera muy importante nuestra apetencia por la carne roja, pasando a sustituirla por otro tipo de productos. Porque si no lo hacemos voluntariamente y por las buenas, en un futuro no quedará otro remedio que hacerlo a la fuerza y por las malas.        



Artículo escrito por: El Segador    
      

 

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