La inconcebibles escalas del Universo. Segunda parte: el Tiempo

La mente humana no está preparada para abarcar las inconcebibles escalas del Universo. Éste es un ejercicio destinado a que nos hagamos una idea aproximada de nuestra increíble insignificancia.

 
Esta infografía muestra lo que se conoce como "calendario cósmico", tal y como lo elaboró en su día el eminente astrofísico y divulgador Carl Sagan. Como vemos comprime toda la historia del Universo en un sólo año y, desde esta perspectiva, comprobamos que la mayor parte de los acontecimientos que consideramos relevantes, como la evolución de la vida sobre la Tierra hasta las formas más complejas y la aparición de los humanos modernos, se agolpan en las últimas fechas de dicho calendario. Esto se hace extensible de forma mucho más acusada en referencia a los acontecimientos históricos de nuestra civilización, que trascurren en los últimos segundos del último minuto antes de la medianoche de fin de año.

      En la primera entrega de este artículo doble nos asomamos, aunque únicamente fuera a grandes rasgos, a la verdadera escala espacial del Universo. De esta manera pudimos hacernos a la idea de su inabarcable inmensidad, tanta que nuestro mundo se torna más insignificante incluso que una partícula subatómica si tratamos de amoldar la escala a unas dimensiones que nos resulten algo más manejables. Pero como se decía al final de esa primera entrega, esto sólo es una parte. El Universo es un tejido compuesto por el llamado espacio-tiempo, donde ambos conceptos constituyen un todo indisoluble, tal y como describió Albert Einstein en 1905 en su teoría de la relatividad especial. Así que para poder terminar de hacernos a la idea de sus auténticas dimensiones también tenemos que manejar su escala temporal, es decir, descubrir cuán antiguo es y los descomunales lapsos de tiempo trascurridos desde el principio de los tiempos.

     Al menos hoy día y en los países más desarrollados una vida humana transcurre a lo largo de algo menos de un siglo (la esperanza media de vida en España se sitúa en estos momentos en torno a los 83 años, según datos de 2015), siempre y cuando un accidente, enfermedad u otro suceso traumático no la interrumpan abruptamente antes de lo previsto. Es por eso que nuestras escalas temporales más amplias se extienden a años y décadas, intervalos de tiempo que nos resultan comprensibles y manejables. Pero, dado que nadie ha vivido jamás por encima de los 122 años (Jeanne Calment, una mujer francesa que falleció en 1997, ostenta el récord de semejante longevidad), cuando vamos a magnitudes mayores, de siglos y milenios por ejemplo, pasamos a una escala que ya no se comprende con tanta facilidad. Sin embargo ésta es la escala de la Historia de la civilización humana y, mejor o peor, también estamos ciertamente habituados a manejarla. Con todo 1.000 años nos parece ya muchísimo tiempo y entendemos que, a lo largo de los mismos, pueden terminar ocurriendo infinidad de cosas, muy especialmente porque en nuestra época actual el ritmo de cambio es sencillamente vertiginoso ¿Pero qué representan 1.000 años al compararlos con la edad total del Universo? Sabiendo como ahora sabemos que éste tiene una edad aproximada de 13.800 millones de años, básicamente un instante. Hablamos de una magnitud ¡casi 14 millones de veces superior! En comparación con una vida humana eso serían apenas unos pocos minutos.

     En el trascurso de un milenio ha habido cambios apreciables en la superficie de la Tierra. Pero en su mayor parte se han debido a la actividad humana, en la medida que nuestras ciudades, campos de cultivo, carreteras y otras infraestructuras, etcétera, se han ido extendiendo más y más al tiempo que nuestra población global también explotaba. Dichos cambios han sido tanto o más drásticos a lo largo de los dos últimos siglos, desde que se iniciara la Revolución Industrial. Sin embargo en este periodo de tiempo pocas más trasformaciones importantes se han visto en nuestro mundo. Los ríos discurren más o menos por los mismos cauces (a no ser que los hayamos desviado, represado o ya no desemboquen en el mar porque consumimos toda su agua), las líneas de costa apenas han variado, las montañas siguen teniendo una altura similar, la disposición de los continentes es en esencia idéntica y el clima, todo y que con sus variaciones (de origen antrópico o no), tampoco es marcadamente distinto. Todo esto se hace extensible también a la flora y la fauna planetarias, prácticamente idénticas ahora que hace 1.000 años, a excepción claro está de las formas de vida que se han extinguido por nuestra culpa y los espacios naturales que hemos arrasado. No obstante la cosa cambiaría si nos retrotrajéramos varias decenas de miles de años. De ser así, todo y que el aspecto general del planeta seguiría siendo muy familiar, nos toparíamos con un clima diferente (mucho más frío en los periodos glaciales), tierras emergidas donde ahora sólo hay mar, paisajes muy cambiados y criaturas que ningún ser humano de tiempos históricos ha visto jamás con vida, si bien su aspecto nos seguiría resultando bastante reconocible (al fin y al cabo un mamut no es más que un elefante lanudo). Si retrocediéramos en cambio varios millones de años en el tiempo las transformaciones ya empezarían a resultar muy importantes. La disposición de las estrellas en el firmamento nocturno se nos antojaría por completo irreconocible, los continentes ya no estarían en la misma posición, nos toparíamos con ríos y cordilleras bastante cambiados y algunos de los animales que nos cruzásemos nos parecerían un tanto estrafalarios y difíciles de reconocer. Retrocediendo unos cuantos cientos de millones de años el cambio sería tan drástico que parecería que hubiéramos aterrizado en otro planeta. Las tierras emergidas no guardarían relación alguna con la disposición actual, los paisajes y sus accidentes geográficos nos resultarían imposibles de reconocer, muchas formas de vida seguramente también y hasta la composición de la atmósfera y el color del cielo serían distintos. Y si consiguiéramos retroceder incluso varios miles de millones de años nos encontraríamos en un mundo extraterrestre totalmente hostil para la vida tal y como la conocemos y en nada parecido a la Tierra actual. El aire sería irrespirable, las letales radiaciones ultravioleta procedentes del Sol bombardearían la superficie sin clemencia (puesto que no había capa de ozono), la Luna se vería gigantesca en el cielo, los días serían extrañamente cortos y el clima nos resultaría inadmisiblemente extremo, amén de encontrarnos con un mundo en apariencia estéril, habitado únicamente por tenaces microorganismos ¿Qué sucedería si retrocediéramos todavía más en el tiempo? Pues que ya no habría ni Tierra e incluso ni tan siquiera existiría el Sistema Solar.

Arriba una recreación artística de la Tierra en sus orígenes, durante el llamado Eón Hádico, hace entre 4.600 y 4.000 millones de años. Este mundo no se parecía en absoluto en nada al nuestro pues, para empezar, debía de carecer casi por completo de atmósfera y apenas sí había agua en su superficie. La teoría científica más aceptada hoy día estipula que un planetoide de dimensiones similares a Marte, bautizado como Tea, colisionó contra la Tierra primitiva y los materiales desprendidos originaron la Luna, que al principio estaba increíblemente cerca.
     
      Con todo hacerse a la idea de estos lapsos de tiempo se nos antoja imposible, pues tales cambios obran a una escala que ninguna persona es capaz de apreciar en el trascurso de su, comparativamente, breve existencia. Es por ello que también debemos hacer un ejercicio de reducción de escala para comprimir la historia del Universo a un periodo que nos resulte mucho más manejable.    
Tal ejercicio de imaginación lo realizó en su día Carl Sagan en su libro "Los dragones del edén", apareciendo posteriormente en la serie televisiva de divulgación científica Cosmos, y es conocido como el Calendario Cósmico, pues comprime todo el tiempo trascurrido desde el Big Bang hasta la actualidad en un único año. De esta manera, llevando las cosas a un terreno en el que nos podemos manejar con comodidad, situamos los distintos acontecimientos en dicho calendario para hacernos una idea más clara de cómo estarían ubicados en la escala real.

     Teniendo en cuenta que el descomunal estallido que lo originó todo hace 13.800 millones de años se situaría a las 00:00 horas del 1 de enero, ¿dónde colocar el resto de acontecimientos? Recientemente se ha descubierto que las primeras estrellas debieron de formarse "tan solo" 180 millones de años después del Big Bang (ver este artículo de La Vanguardia), lo que en nuestro calendario las situaría más o menos cerca de la medianoche del 4 al 5 de enero. En aquel entonces el Universo estaba todavía en pañales y las galaxias, tal y como son ahora, no existían todavía. G09 83808 es el farragoso nombre de una de las más antiguas que se conocen, formándose unos 600 millones de años después del Big Bang (más información en Infobae), es decir, más o menos en la madrugada del 16 de enero del Calendario Cósmico. Pero estas galaxias primigenias eran pequeños racimos de estrellas si las comparamos con los magníficos discos espirales que se multiplican por miles de millones en nuestro actual Universo. Tales galaxias tardaron en formarse mucho más tiempo como parte de un largo proceso de agregación gravitatoria a partir de las más primitivas y pequeñas. Así, la Vía Láctea no aparecería en una configuración ya parecida a la actual hasta una fecha tan relativamente avanzada en el calendario como el 1 de mayo, dejando todo el tiempo anterior como un oscuro lapso de evolución cósmica primitiva. Estamos bien entrados en primavera y el Sol y la Tierra todavía no existen, pues la formación del primero no llegará hasta el 9 de septiembre, casi al final del verano. Unos días más tarde en el Calendario Cósmico termina de formarse la Tierra, concretamente la tarde del 14 de septiembre. Como vemos la historia de nuestro mundo no ha hecho más que comenzar y nos hemos comido ya buena parte del año.

     El siguiente paso trascendental consiste en la aparición de la vida en nuestro planeta, un hecho que no podemos determinar con exactitud cuándo ocurrió pero que, a la luz de cada nuevo descubrimiento, se va retrotrayendo más y más en el tiempo. Las evidencias fósiles más antiguas son de unos microorganismos que vivieron hace unos 3.770 millones de años y cuyos restos han sido hallados en la provincia canadiense de Quebec (ver esta noticia en National Geographic). Dado que ya corresponderían a formas de vida con cierto recorrido evolutivo los científicos piensan que la vida se originó unos cientos de millones de años antes, posiblemente hace más de 4.000 millones de años cuando la Tierra era realmente muy joven y las condiciones reinantes en ella increíblemente extremas. Este hipotético punto de partida biológico se situaría aproximadamente hacia el 2 de octubre en nuestro calendario, mientras que los citados fósiles de Canadá habrían vivido a primeras horas de la mañana del 9 de octubre. Y siguiendo con la evolución de la vida en el Precámbrico, el supereón geológico más antiguo de todos y que abarca el 88% de toda la historia de la Tierra, ahí tenemos que las primeras evidencias de organismos fotosintéticos, en este caso cianobacterias primitivas, aparecerían hacia el 11 o 12 de octubre (unos 3.500 millones de años atrás), las primeras células eucariotas florecerían más de un mes más tarde de cara a la noche del 15 de noviembre (hace 1.600 millones de años) y unas dos semanas después, hacia el 1 de diciembre, la labor de incontables generaciones de cianobacterias y algas microscópicas comenzaría a generar una atmósfera con un contenido de oxígeno suficiente como para hacerla mínimamente respirable para nosotros. Hemos entrado ya en el último mes del año y, sólo ahora, las condiciones en la Tierra se aproximan a aquellas que permitirían la habitabilidad humana.

     ¿Cómo situar en el Calendario Cósmico el resto, mucho más conocido, del proceso evolutivo? Los primeros invertebrados propiamente dichos, surgidos durante el periodo Edicárico (entre 653 y 542 millones de años atrás), reptarían por los fondos marinos la madrugada del 17 diciembre. Unos dos días más tarde, el 19 de diciembre, aparecen los primeros peces (hace unos 530 millones de años), al día siguiente las plantas vasculares más primitivas comienzan a colonizar ambientes terrestres (entre 470 y 450 millones de años atrás) y, apenas 24 horas más tarde hacia el 21 de diciembre, los insectos y otros animales pioneros ya las han seguido fuera del agua. El 23 de diciembre (aproximadamente entre 350 y 265 millones de años atrás) nuestro mundo ya está poblado por insectos alados y todo tipo de reptiles y anfibios antiguos que dominan los ecosistemas terrestres, medrando a la sombra de los primeros bosques formados por árboles de corteza leñosa (gimnospermas primigenias y sus parientes). Hemos tenido que esperar casi a las vísperas de la Navidad para encontrarnos con un mundo y unas formas de vida que empiezan a resultarnos familiares. Las súper estrellas de la Prehistoria, los dinosaurios, aparecen durante la noche del 24 al 25 de diciembre (hace unos 230 millones de años), ¡casi como si se trataran de un regalo que Papá Noel le hace a la Madre Tierra para que juegue con ellos durante 160 millones de años! Durante esta era geológica, conocida como Mesozoica, también aparecen los primeros mamíferos (la madrugada del 26 de diciembre), las aves y las primeras plantas con flores (hacia las primeras horas de la mañana del 27 de diciembre). La extinción masiva de finales del Cretácico, que acabó con los dinosaurios y otras muchas formas de vida hace 65 millones de años, tiene lugar según la fecha del calendario que nos ocupa durante la mañana del 28 de diciembre, fatídico Día de los Inocentes en este caso. A partir de ahí comienza la denominada Edad de los Mamíferos, cuando estos animales peludos y de sangre caliente se diversificaron convirtiéndose en las criaturas dominantes en la mayoría de ecosistemas. Apenas nos quedan tres días para concluir el año y todos los demás acontecimientos importantes se agolpan ahí. Los primeros primates evolucionan hacia la madrugada del 29 de diciembre, al día siguiente surgen los ancestros de los simios y seres humanos y, ya por la tarde del 31 de diciembre, ven la luz los primeros homínidos bípedos (hace unos 4,4 millones de años). Las primeras especies humanas, como Homo habilis y Homo ergaster, no aparecen hasta las 22:30 de esa misma noche de fin de año (hace unos 1,9 millones de años), mientras que los utensilios de piedra tallada más antiguos lo hacen casi justo cuando el reloj da las once. Los humanos modernos, Homo sapiens, no evolucionan hasta pasadas las 23:40 horas, más o menos también cuando surgen las primeras evidencias de domesticación del fuego. Y entrando en el último minuto del año, cuando ya todos estamos atentos a las campanadas de la Puerta del Sol para celebrar la entrada del nuevo, es cuando encontramos las primeras evidencias de arte parietal y otras formas de expresión artística primitivas.

     Por último nos queda ubicar los acontecimientos históricos en el Calendario Cósmico, pero como vemos éste ya está prácticamente agotado. A falta de 40 segundos para concluir el año surge la agricultura (hace unos 10.000 o 12.000 años) y, por increíble que pueda parecer, toda la Historia de la humanidad, desde el surgimiento de la escritura en Mesopotamia hace más de 5.500 años hasta la actualidad, se agolpa en los últimos 15 segundos. Nuestra civilización es un evento increíblemente reciente y efímero dentro del Calendario Cósmico y, sólo los últimos cinco siglos desde la llegada de Cristóbal Colón a América hasta nuestros días, se concentran en el último segundo del último minuto del año. A esta escala una vida humana abarca apenas una décima de segundo, menos que un pestañeo del Universo. Visto así nuestros logros no parecen tan extraordinarios, puesto que somos menos incluso que unos recién llegados y nuestra civilización es poco más que un leve suspiro en el tiempo. Si ni tan siquiera existía hace tan solo medio minuto del Calendario Cósmico, ¿qué sucederá con ella durante los 30 segundos próximos? Viendo las amenazas que se ciernen sobre nosotros en la actualidad (calentamiento global, agotamiento de recursos naturales, destrucción de hábitats y pérdida de biodiversidad, contaminación, superpoblación...) yo no apostaría convencido de que durara tanto. E incluso aunque lográramos sobrevivir como especie durante más tiempo, pongamos que unos cinco minutos más según esta escala, seguiríamos siendo igualmente un suspiro en el calendario. Porque según la teoría del Gran Desgarramiento o Big Rip, el Universo sobrevivirá al menos otros 20.000 millones de años, casi año y medio más de un nuevo Calendario Cósmico ¿De verdad puede creerse alguien, a la luz de estos datos, que somos los reyes de la Creación? Más bien al contrario somos de lo más insignificante al compararnos con las escalas del Universo, infinitamente minúsculos y efímeros. Pero la única grandeza de todo esto reside precisamente en nuestra capacidad de asombrarnos ante semejante insignificancia y descubrir el verdadero lugar que ocupamos entre todas la cosas que existen. Porque, tal y como narraba Carl Sagan en uno de los capítulos de su serie Cosmos:

     ...el Universo también está hecho de nosotros: estamos hechos de materia estelar y somos el medio para que el Universo se conozca a sí mismo.               




N.S.B.L.D
 
 

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