Las limpiezas étnicas funcionan

La enésima masacre en Gaza ha vuelto a centrar el foco de atención en la desesperada situación de los palestinos en los territorios ocupados por Israel. El suyo es otro trágico ejemplo de limpieza étnica que se está llevando a cabo de manera exitosa. La Historia está llena de ellos.


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      En general, se entiende como "limpieza étnica" la expulsión de un territorio de una población "indeseable", basada en discriminación religiosa, política o étnica; o a partir de consideraciones de orden ideológico o estratégico; o bien por una combinación de estos elementos (Wikipedia).


    La definición de arriba casa a la perfección con lo sucedido a lo largo de los últimos 70 años en la región histórica de Palestina, actualmente bajo control total del Estado de Israel bajo una u otra forma. La sucesión de mapas que preside el presente artículo bien lo demuestra, pues una imagen vale más que mil palabras. Hace un siglo la población árabe palestina suponía la abrumadora mayoría en aquellos territorios, pero aun antes de que concluyera la Primera Guerra Mundial los británicos se comprometieron en la histórica Declaración de Balfour (2 de noviembre de 1917) a patrocinar la creación de "un hogar nacional judío" en Palestina. Se atendía así a una de las reclamaciones fundamentales del movimiento sionista, una reacción de las comunidades judías europeas del siglo XIX, de carácter nacionalista y religioso, a la creciente oleada de antisemitismo que sacudía el Viejo Continente. La denominada "cuestión judía" fue un tema central de la política en aquellos tiempos y cada cual tenía su solución particular "al problema". Todos sabemos, por ejemplo, cuál fue la Solución Final adoptada por la Alemania nazi. Pero para muchos otros, infinitamente menos extremistas, el asunto se arreglaba llevando a los judíos, sino a todos al menos a una gran mayoría, al antiguo territorio del que procedía ese pueblo. Antes de 1918 Palestina todavía era formalmente una provincia otomana bajo dominio turco, así que los británicos seguramente planearon que, tras desmembrar al derrotado y vetusto imperio del sultán, un futuro estado judío sería favorable a sus intereses estratégicos en la zona.

   El deterioro de la situación de las comunidades judías por toda Europa ante el avance del fascismo y el nazismo durante la década de los años 30, algo que se agravó hasta extremos insospechados en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, incrementó enormemente la emigración judía hacia Palestina y las tensiones subsiguientes. Hacia 1945 la situación se había desbordado, algo que se muestra bastante bien en películas como Exodus (de Otto Preminger y protagonizada por Paul Newman -1960-), lo cual llevó a la precipitada proclamación del Estado de Israel el 14 de mayo de 1948. No hace falta extenderse en lo que sucedió después. Conforme Israel se consolidaba y ampliaba, venciendo a sus vecinos en una contienda tras otra, el mundo de los árabes palestinos se venía abajo, desapareciendo a marchas forzadas. Ambas realidades no podían coexistir, y de hecho no parece haber habido una voluntad real de coexistencia, y una ha terminado imponiéndose a la otra. Expulsados de sus tierras a la fuerza y confinados en reductos cada vez más ínfimos y férreamente vigilados, los palestinos lo han perdido prácticamente todo y el Estado de Israel los ha sustituido en su práctica totalidad. A esto se lo puede denominar una limpieza étnica de manual, una comunidad emplea la violencia y la fuerza bruta contra otra, expulsándola de los territorios que ocupa para tomar posesión de ellos, porque considera que está en su derecho de hacerlo. Las razones que se esgrimen suelen ser religiosas, raciales o identitarias de una u otra índole.

   Se puede discutir sobre esto durante horas, recurriendo al muy socorrido argumento de que los israelíes tienen derecho a defenderse y también al hecho de que los palestinos no han dejado de emplear la violencia contra ellos siempre que han tenido la oportunidad. Pero nada de eso cambia el resultado final hasta la fecha del conflicto entre ambos y cómo Israel ha practicado su particular "solución final" con los palestinos, más dada su abrumadora superioridad militar actual. Una limpieza étnica sigue siendo una limpieza étnica por muchas excusas que busquemos para justificarla. Y esto queda bastante claro viendo las estremecedoras imágenes de la última masacre perpetrada por el ejército hebreo en la depauperada y asfixiada Gaza, casi una celebración del aniversario de la fundación de su país y de la irresponsable decisión de Donald Trump de trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén (dicen que este sujeto es imprevisible, pero desde que ocupa la Casa Blanca a mí me ha parecido de lo más previsible en casi todo lo que ha dicho y ha hecho). Tampoco debemos confundir términos, porque limpieza étnica no es lo mismo que genocidio, si bien esto último puede considerarse como la forma más extrema de limpieza étnica. Que no se esté exterminando sistemáticamente al pueblo palestino no excusa a los israelíes de sus conductas y de su proyecto supremacista, que siempre ha buscado crear un modelo de nación sobre las cenizas de otra completamente destruida. Al menos por el momento pueden felicitarse de su gran éxito y de la inestimable ayuda con la que han contado, pues nada de esto hubiera sido posible sin la necesaria complicidad de las potencias occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, que han dominado la política de Oriente Medio a lo largo del último siglo.

   "No hay justicia en la Historia", afirma el historiador y exitoso escritor, precisamente israelí, Yuval Noah Harari en su libro Sapiens. De animales a dioses. Después de todo puede que nuestra habitual visión del mundo, imbuida por una cultura democrática en la que la lucha contra las injusticias se nos vende como uno de los valores más elevados, esté un tanto alejada de las realidades históricas. Porque dichas realidades a menudo muestran que las limpiezas étnicas suelen dar resultado y, cuando tienen lugar, sus consecuencias a menudo se vuelven irreversibles o, cuanto menos, perduran durante muchísimo tiempo. Sin movernos de tierras palestinas la destrucción romana de Judea durante los siglos I y II de nuestra era tuvo efectos a muy largo plazo. Las sucesivas revueltas judías que buscaban la recuperación de la soberanía perdida, pues estos territorios pasaron a convertirse en provincia romana en el 63 a.C, fueron sistemáticamente aplastadas por Roma y tuvieron como resultado la colonización griega y latina de Judea y el inicio de la conocida como Diáspora judía. En cierto modo las autoridades imperiales practicaron una limpieza étnica en la región, con el objeto de aniquilar de una vez por todas las aspiraciones nacionales hebreas. Para el 150 d.C, fruto de las persecuciones sufridas en tiempos del emperador Adriano, los judíos ya eran minoría en su propia tierra, si bien nunca desaparecieron del todo (ver Jewish encyclopedia). Entre otras humillaciones Jerusalén pasó a denominarse Aelia Capitolina y a los judíos se les prohibió la entrada en su antigua capital bajo pena de muerte, salvo el día de su principal festividad de ayuno y abstinencia. Un muro quedó como único resto del templo más sagrado del judaísmo y, por extensión, de lo que había sido Judea, conocido por ello como "de las lamentaciones". El pueblo hebreo tendría que esperar hasta el siglo XX para volver a tener un estado propio. Aunque, eso sí, a costa de una gente que nada tuvo que ver con lo sucedido unos 2.000 años atrás.


Poblamiento morisco en los territorios peninsulares, segun Lapeyse
Como se puede ver en este mapa, la expulsión de los moriscos
a principios del siglo XVII afectó más a unos territorios que otros.
En determinadas zonas del sur y el Levante la población morisca
era especialmente numerosa y su marcha tuvo graves consecuencias.
   Así vemos cómo unas injusticias se superponen sobre otras anteriores en una suerte de lógica de "ahora me toca a mí porque puedo". La Historia está repleta de sucesos así. Tampoco tenemos que irnos muy lejos para comprobarlo, porque España también ha llevado a cabo sus propias limpiezas étnicas con resultados perdurables. En 1492 los Reyes Católicos decretaron mediante el Edicto de Granada la expulsión de todos los judíos, ya fueran conversos o no, de los reinos de Castilla y la Corona de Aragón. Dicho edicto afectó a unas 150.000 personas y fue la culminación de un proceso sistemático que se había iniciado catorce años antes con la creación de la infame Inquisición española, que tenía en los judíos uno de sus objetivos primordiales. Peores consecuencias tuvo no obstante la expulsión de los moriscos, efectuada entre los años 1609 a 1613 durante el reinado de Felipe III. El decreto afectó a más de 300.000 personas y supuso una auténtica catástrofe económica y demográfica en algunas partes del país, como por ejemplo el Reino de Valencia, que perdió a un tercio de su población. Echar a patadas a uno de cada tres habitantes de un lugar aduciendo razones político-religiosas, se acusaba a los moriscos de ser un "elemento desestabilizador" y de apoyar al gran enemigo infiel turco, es un acto de limpieza étnica en toda regla. Y visto lo visto la expulsión devino en definitiva, pues la inmensa mayoría de toda aquella gente jamás regresaría a las localidades que habían visto nacer a sus antepasados generación tras generación. Porque no debemos olvidar que los moriscos eran tan españoles como cualquier otro cristiano no converso, no existía diferencia racial alguna pues no eran de origen norteafricano ni mucho menos. La única diferencia relevante era de credo.

   Esta historia se ha repetido numerosas veces y en numerosas partes del mundo. La expansión de Estados Unidos fue en parte una operación de limpieza étnica efectuada contra las poblaciones nativas norteamericanas, que sufrieron de manera implacable persecuciones, masacres, expulsiones, deportaciones forzosas y, finalmente, el confinamiento de los últimos supervivientes en míseras reservas situadas en ocasiones muy lejos de sus tierras de origen. El discurso actual puede ir encaminado hacia la "reparación histórica" de todo lo sufrido por estos pueblos, pero nada de eso variará un ápice los resultados de la limpieza étnica. Hoy por hoy la inmensidad del territorio estadounidense pertenece a los descendientes de los colonizadores y de las culturas ancestrales que lo poblaron sólo quedan pintorescos vestigios.

Arriba fotografía de civiles griegos asesinados durante
las matanzas en Esmirna en el contexto de la guerra
greco-turca.
   Y no necesitamos irnos a lugares alejados en el tiempo y el espacio para comprobar que cosas así han seguido sucediendo. El conocido como genocidio de los griegos pónticos tuvo lugar antes y muy especialmente después de la Primera Guerra Mundial y supuso la casi total erradicación de las poblaciones griegas que vivían en diferentes regiones de la actual Turquía. El detonante definitivo fue la guerra greco-turca de 1919-1922 y la victoria final de la naciente república de Turquía, surgida de las ruinas del antiguo sultanato. Los perdedores habrían de pagarlo bien caro. Se calcula que alrededor de 350.000 ortodoxos griegos (hombres, mujeres y niños) fueron masacrados por las fuerzas nacionalistas turcas. La mayoría del resto, más de un millón de personas, se vio obligada a huir reubicándose en territorios del actual estado griego. Estas gentes llevaban viviendo en Anatolia desde mucho antes de la fundación del Imperio Otomano en 1299 y, durante siglos, fueron de hecho unos súbditos más del sultán. Llevaban una existencia relativamente tranquila y sin excesivos enfrentamientos con sus vecinos musulmanes. Sin embargo después del conflicto nada volvería a ser igual y se marcharon para no volver, de manera tal que algunas ciudades turcas históricamente de mayoría griega, como Esmirna, vieron drásticamente variada su población en pocos años. En todo caso los griegos tampoco fueron del todo inocentes y, ya fuera en estallidos de odio o a causa de actos programados, tomaron represalias contra las poblaciones turcas residentes en Grecia. El resultado de todo esto fue una reconfiguración demográfica en ambos países (los griegos anatolios se desplazaron a Grecia y los turcos a Turquía) que ya se puede considerar permanente. Y dicha reconfiguración terminó consolidándose años más tarde. Un último remanente de la población griega anatolia pervivía en la región de Estambul, pero en 1955 las fuerzas de seguridad turcas incitaron a la población a iniciar el denominado como Pogromo de Estambul, del que también fueron víctimas en menor medida las comunidades armenia y judía. Los resultados de dicho pogromo fueron demoledores. Antes del mismo la población griega en la zona ascendía a alrededor de 150.000 personas, hacia 1978 apenas sí quedaban unos 7.000.

   Y aún podemos irnos a fechas muchísimo más recientes para continuar encontrando otros ejemplos de la efectividad de las limpiezas étnicas. Cuando hablamos de ellas inmediatamente nos viene a la memoria la Guerra de Bosnia (1992-1995) y unos de sus episodios más negros, la matanza de Srebrenica, perpetrada por las tropas serbobosnias lideradas por el general Ratko Mladic al tomar dicha población en julio de 1995. En los días posteriores a la conquista más de 8.000 varones bosnio musulmanes fueron asesinados en lo que se puede considerar un acto de genocidio programado ¿Cuál es la situación a día de hoy? Todo y que algunos de los principales responsables, como el propio Mladic, fueron llevados ante la Justicia Internacional, los resultados son claros tal y como muestra este artículo de El País Semanal. Srebrenica se encuentra enclavada dentro de la República Sparska, la subdivisión serbobosnia de Bosnia-Herzegovina que se gobierna de facto de forma autónoma. Antes de la guerra los bosnio musulmanes constituían más del 70% de la población de Srebrenica, ahora los serbobosnios los igualan en número y, desde finales de 2016, un representante de esta comunidad, que además niega el genocidio, ostenta la alcaldía. En cierto modo los ultranacionalistas  serbios lograron su objetivo, aunque sólo sea de manera parcial y a un cierto precio, y muy probablemente las consecuencias de la guerra librada en los 90 perdurarán en el tiempo. Y todo esto teniendo en cuenta además que tenían en su contra al conjunto de las potencias occidentales y que se ha reconocido abiertamente que sus actos supusieron crímenes de guerra.

  ¿Cuántos ejemplos más hacen falta para demostrar que las limpiezas étnicas funcionan y que sus perpetradores tienen bastantes posibilidades de salirse con la suya? Podemos hablar del interminable calvario del pueblo saharaui, en su mayor parte concentrado en campos de refugiados en el desierto argelino, pues Marruecos sigue controlando la mayor parte del anexionado Sáhara Occidental. Más de 40 años llevan esperando una solución por parte de la ONU, una que no llega y que tampoco tiene visos de llegar, mientras el gobierno de Rabat lleva décadas desplazando a población a las principales ciudades saharauis. También podemos hablar de la terrible tragedia que está asolando a los rohingyas de Myanmar (antigua Birmania), un holocausto contemporáneo que sucede ante nuestros ojos. Esta minoría musulmana lleva años siendo perseguida y maltratada hasta extremos inimaginables por el gobierno de un país de mayoría budista, lo cual ha provocado que centenares de miles de ellos hayan huido a la vecina Bangladesh sin apenas nada. Tanto es así que, sólo en septiembre del año pasado, unos 380.000 cruzaron la frontera escapando de las persecuciones y las matanzas (ver este otro artículo también de El País). Entretanto la denominada "Comunidad Internacional" poco ha podido hacer para impedir que el ejército birmano continúe con sus operaciones de limpieza étnica y, viendo los precedentes, es bastante improbable que muchos de los que huyeron regresen algún día a sus hogares.

   En resumen, por muchas declaraciones de buenas intenciones que escuchemos, muchas condenas enérgicas y muchos discursos que se multipliquen diciéndonos que hay que frenar por todos los medios este tipo terribles injusticias, poco o nada se hace para impedir que tengan lugar o para revertir sus efectos. No hay limpieza más duradera que una de naturaleza étnica y eso bien lo saben los gobiernos turco, israelí, marroquí, birmano o serbobosnio entre otros. Esto no tiene nada que ver con determinadas religiones o grupos étnicos, pues ya hemos visto que las víctimas de ayer pueden convertirse en los verdugos de hoy, como bien demuestra el caso de Israel. Tiene que ver con la posición de poder que un determinado grupo ostenta en un determinado momento. Y es ese poder lo que otorga impunidad. Semejante realidad tan dura puede sacarnos de nuestra burbuja de ilusiones utópicas, donde nos mantenemos creyendo que a la larga la Justicia y el Bien siempre triunfan. Pero una cosa es reconocer esta larga historia de infamias y otra muy distinta mirar hacia otro lado y dejar de denunciarlas.



Artículo escrito por: El Segador
 

                                             
  

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